Te dejé mi compañía plegada en el cajón de las camisetas que te regalé. Mi mejor sonrisa está colgada junto a tu cazadora. Los abrazos creo que están en el cajón de la mesilla. Las miradas de reojo se perdieron en el espejo de la entrada, ese en el que siempre te mirabas antes de darme un beso y salir por la puerta. Los paseos por toda la ciudad los guardé en el zapatero. Las fotografías, están todas colgadas por la habitación, no las quites nunca. Son obras de arte, como tú. Las caras de sueño están junto al café de por las tardes.
Ojalá algún día recibas el valor que tantas veces me faltó, lo escondí entre todas esas cartas que escribía por las noches pensando en ti. Todas las palabras que debí decirte, todas, están por el suelo del salón, desperdigadas. No me olvido de tus consejos, de tus ánimos y de tu optimismo. Están congelados, en la nevera, al lado de los tranchetes de queso. Las miles de tardes, riendo, hablando, jugando al póker, tumbados junto a ese árbol que vimos crecer aquel verano, igual que el veía como crecía todo lo que nos unía. Los días de lluvia, están todos entre los cojines con los que jugábamos a lanzarnos. Nuestras canciones y tu voz, todavía resuenan entre las paredes y los besos deben respirarse todavía por toda la casa. Igual que yo te respiraba cada día, 24 veces por minuto. Minutos, segundos y horas. Cuanto tiempo pasamos siendo felices...
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